Petronila
1
—Ese día
estábamos en un mogotal en donde habíamos colgado unos mecates para
columpiarnos. Éramos tres: Jacinta, que tenía 16 años, Macaria, de 14 y yo, que
entonces tenía doce; era la más chiquita de las tres.
estábamos en un mogotal en donde habíamos colgado unos mecates para
columpiarnos. Éramos tres: Jacinta, que tenía 16 años, Macaria, de 14 y yo, que
entonces tenía doce; era la más chiquita de las tres.
Todo era risas y
gritos de emoción. En el rancho no hay mucho en qué divertirse— Dice Doña
Petronila. Petrita, para los de su barrio. Así le dicen acá, en esta colonia
polvorienta a dónde llegan muchas de las familias de los ranchos aledaños. Y es
que allá ya no hay de qué vivir, dicen.
gritos de emoción. En el rancho no hay mucho en qué divertirse— Dice Doña
Petronila. Petrita, para los de su barrio. Así le dicen acá, en esta colonia
polvorienta a dónde llegan muchas de las familias de los ranchos aledaños. Y es
que allá ya no hay de qué vivir, dicen.
Petrita mide un
poco más de un metro con veinte porque la joroba de viuda la encorva y debe
tener como ochenta años. No le pregunto su edad para no empañar el brillo
indescriptible de su único ojo al recordar los momentos que narra.
poco más de un metro con veinte porque la joroba de viuda la encorva y debe
tener como ochenta años. No le pregunto su edad para no empañar el brillo
indescriptible de su único ojo al recordar los momentos que narra.
Nadie sabe cómo
se apellida y ella no lo dice, es suficiente con que sepan que es Doña Petrita
y que soba y vende servilletas de manta que borda. A veces se le ve con su
costura y los aros hasta de noche. Nadie se explica como lo hace si perdió un
ojo el año pasado y al que le queda se le ven aureolas blancuzcas.
se apellida y ella no lo dice, es suficiente con que sepan que es Doña Petrita
y que soba y vende servilletas de manta que borda. A veces se le ve con su
costura y los aros hasta de noche. Nadie se explica como lo hace si perdió un
ojo el año pasado y al que le queda se le ven aureolas blancuzcas.
A Doña Petrita
nadie la visita, por eso en las noches de primavera y verano saca una silla de
plástico a la banqueta y se sienta a ver pasar a la gente. De repente, si pasa
alguien cerca, le habla y le invita a sentarse en unos bloques de cemento que
tiene apilados a un lado de la puerta de su casa. Eso me pasó a mí. Yo iba
pasando por casualidad por ahí, escuchó mis pasos y me preguntó: —¿Pos a dónde
va, mujer? — Y ahí empezó todo. No me dejó ir porque es especialmente hábil
para hilar preguntas y comentarios. De la misma forma en que teje y borda sus
costuras.
nadie la visita, por eso en las noches de primavera y verano saca una silla de
plástico a la banqueta y se sienta a ver pasar a la gente. De repente, si pasa
alguien cerca, le habla y le invita a sentarse en unos bloques de cemento que
tiene apilados a un lado de la puerta de su casa. Eso me pasó a mí. Yo iba
pasando por casualidad por ahí, escuchó mis pasos y me preguntó: —¿Pos a dónde
va, mujer? — Y ahí empezó todo. No me dejó ir porque es especialmente hábil
para hilar preguntas y comentarios. De la misma forma en que teje y borda sus
costuras.
Cuando sabe que
ya agarró al transeúnte, le ofrece asiento: —Mire, siéntese ahí, no se
canse—Dice. Y son pocos los que se resisten. La gente no se detiene con gusto,
más bien procuran ser amables cuando Petrita, casi a gritos, les interpela
sobre cualquier cosa: —¿Esa niña es de la señora de la tienda?—le pregunta a
una señora que pasa con su hijo pequeño en brazos. —¿A poco usted se lo cuida? —continúa
sin esperar respuesta— Es que andaba batallando mucho la pobre porque no
encontraba quién se lo cuidara—sigue diciendo ante la mirada estupefacta de la
mujer, que agarra aire queriendo decir algo sin lograrlo ante la andanada de
palabras que le desgrana Petrita.
ya agarró al transeúnte, le ofrece asiento: —Mire, siéntese ahí, no se
canse—Dice. Y son pocos los que se resisten. La gente no se detiene con gusto,
más bien procuran ser amables cuando Petrita, casi a gritos, les interpela
sobre cualquier cosa: —¿Esa niña es de la señora de la tienda?—le pregunta a
una señora que pasa con su hijo pequeño en brazos. —¿A poco usted se lo cuida? —continúa
sin esperar respuesta— Es que andaba batallando mucho la pobre porque no
encontraba quién se lo cuidara—sigue diciendo ante la mirada estupefacta de la
mujer, que agarra aire queriendo decir algo sin lograrlo ante la andanada de
palabras que le desgrana Petrita.
Hoy tiene ganas
de contar su vida contra su costumbre de contar las vidas ajenas.
de contar su vida contra su costumbre de contar las vidas ajenas.
—Estábamos muy
entretenidas jugando—continuó —cuando llegaron, en una camioneta, unos
muchachos. También eran tres. Nos invitaron a dar una vuelta y pos, nosotros
aceptamos porque nunca nos habíamos subido a una porque casi no había y porque
por el rancho rara vez pasaba alguna. Y pos nos subimos. Ellos iban muy
contentos, nos contaban muchas cosas y se reían con nosotras pero pronto vimos
que agarraban por un camino que no conocíamos y cuando les preguntamos a dónde
nos llevaban, nos dijeron que a conocer los ranchos donde ellos vivían. Y así
fue. La camioneta se paraba en un rancho y se bajaba uno e invitaba a bajarse a
una de nosotras. En otro rancho bajó otro y otra muchacha; yo fui la última
porque el muchacho que manejaba vivía en el último rancho y era el dueño.
Cuando llegamos su mamá le dijo:
entretenidas jugando—continuó —cuando llegaron, en una camioneta, unos
muchachos. También eran tres. Nos invitaron a dar una vuelta y pos, nosotros
aceptamos porque nunca nos habíamos subido a una porque casi no había y porque
por el rancho rara vez pasaba alguna. Y pos nos subimos. Ellos iban muy
contentos, nos contaban muchas cosas y se reían con nosotras pero pronto vimos
que agarraban por un camino que no conocíamos y cuando les preguntamos a dónde
nos llevaban, nos dijeron que a conocer los ranchos donde ellos vivían. Y así
fue. La camioneta se paraba en un rancho y se bajaba uno e invitaba a bajarse a
una de nosotras. En otro rancho bajó otro y otra muchacha; yo fui la última
porque el muchacho que manejaba vivía en el último rancho y era el dueño.
Cuando llegamos su mamá le dijo:
—¿Pos qué hiciste, Toño?
Y él le dijo:
—Pos me la robé. Ai después vamos al perdón
pero mientras pos te la dejo depositada y yo me voy pa’ la majada.
pero mientras pos te la dejo depositada y yo me voy pa’ la majada.
—Y así fue. Una
semana después fuimos a visitar a mis papás para que nos dieran el perdón y que
pudiéramos casarnos. Mi papá no quería porque yo era muy chica pero no le
quedaba de otro después de que ya tenía una semana en la casa del muchacho y
acabó diciendo que sí.
semana después fuimos a visitar a mis papás para que nos dieran el perdón y que
pudiéramos casarnos. Mi papá no quería porque yo era muy chica pero no le
quedaba de otro después de que ya tenía una semana en la casa del muchacho y
acabó diciendo que sí.
—¡Era su novio
el que se la llevó? —le pregunto.
el que se la llevó? —le pregunto.
—No. A mí nunca
me dijo nada. Yo ni lo conocía pero después me dijo que él ya me había visto y
que le había gustado. Que por eso fueron por nosotras.
me dijo nada. Yo ni lo conocía pero después me dijo que él ya me había visto y
que le había gustado. Que por eso fueron por nosotras.
Después de que mis papás nos dieron el perdón,
empezaron los preparativos de la boda. Mi suegra y mi madre escogieron el
vestido, el banquete, la música, todo porque yo ni sabía nada de nada. Eso sí,
me hicieron una fiesta muy bonita, con músicos de verdad.
empezaron los preparativos de la boda. Mi suegra y mi madre escogieron el
vestido, el banquete, la música, todo porque yo ni sabía nada de nada. Eso sí,
me hicieron una fiesta muy bonita, con músicos de verdad.
(continuará)
GUEPAIT







