Ese día, como cada fin de semana, la tía Herlinda, mi madre, mis
hermanos y yo hacíamos día de campo en
la hortaliza que cultivaba mi padre y ayudábamos a poner estacas de madera como
escalera para que treparan las plantas de jitomates. Las amarrábamos con hilos
de ixtle que cortábamos con una navaja que nos había dejado mi padre.
Levantábamos las matas para que el agua no pudriera los frutos cuando se
regaba. Nunca sentimos que eso fuera trabajo pues podíamos perseguirnos,
reírnos y hacer bromas entre nosotros o ir a descansar bajo un huizache cercano
y tomar agua o comer algún taco sentados en un enorme tronco que estaba al pie
del arbusto. Cuando nos aburríamos volvíamos a la tarea sin que nadie nos
regañara. Ni mi madre de quién la memoria se obstina en traer su imagen
regañona.
hermanos y yo hacíamos día de campo en
la hortaliza que cultivaba mi padre y ayudábamos a poner estacas de madera como
escalera para que treparan las plantas de jitomates. Las amarrábamos con hilos
de ixtle que cortábamos con una navaja que nos había dejado mi padre.
Levantábamos las matas para que el agua no pudriera los frutos cuando se
regaba. Nunca sentimos que eso fuera trabajo pues podíamos perseguirnos,
reírnos y hacer bromas entre nosotros o ir a descansar bajo un huizache cercano
y tomar agua o comer algún taco sentados en un enorme tronco que estaba al pie
del arbusto. Cuando nos aburríamos volvíamos a la tarea sin que nadie nos
regañara. Ni mi madre de quién la memoria se obstina en traer su imagen
regañona.
La parcela era un hermoso océano de color verde oscuro salpicado de
puntos rojos. Los tomates maduraban. Me gustaba cortarlos de las plantas,
comerlos y sentir el dulzor del jugo en la boca. Sólo quién ha probado un
tomate madurado en la planta sabe la delicia que es.
puntos rojos. Los tomates maduraban. Me gustaba cortarlos de las plantas,
comerlos y sentir el dulzor del jugo en la boca. Sólo quién ha probado un
tomate madurado en la planta sabe la delicia que es.
Mi padre, los tíos abuelos y algunos peones se fueron a levantar el
enorme bordo que hacían a un lado del arroyo
que bordeaba las tierras que habían obtenido con el reparto agrario los
antecesores. Ahí acumulaban agua de las
avenidas que bajaban cuando llovía y la usaban de abrevadero para dar de beber
a los animales. Era obligación comunitaria aportar su trabajo para mantener en
óptimas condiciones el estanque.
enorme bordo que hacían a un lado del arroyo
que bordeaba las tierras que habían obtenido con el reparto agrario los
antecesores. Ahí acumulaban agua de las
avenidas que bajaban cuando llovía y la usaban de abrevadero para dar de beber
a los animales. Era obligación comunitaria aportar su trabajo para mantener en
óptimas condiciones el estanque.
Hacia la saca se dirigieron. Así le llamaban al hecho de dar
mantenimiento a la represa: Levantaban el bordo y la desazolvaban quitando
ramas o basura que pudiera acumularse.
mantenimiento a la represa: Levantaban el bordo y la desazolvaban quitando
ramas o basura que pudiera acumularse.
Nunca vivimos sobrados. Siempre se sufría para completar lo que se
necesitaba en casa pero si mis padres y abuelos batallaban con eso, había gente
que estaba peor: los peones. Porque mis abuelos tenían parcelas que recibieron
en el reparto agrario y un hermano de ellos, que había fallecido, dejó como
sucesor a mi padre. Así que tenían su tierra para trabajarla pero los peones
eran personas de campo que no tenían tierra y se ofrecían para trabajar por
sueldos miserables. ¿Qué tanto podían pagarles unos campesinos que sólo poseían
tres hectáreas de tierra y ningún apoyo ni maquinaria? Pues aún así, los peones
eran los más pobres entre los pobres.
necesitaba en casa pero si mis padres y abuelos batallaban con eso, había gente
que estaba peor: los peones. Porque mis abuelos tenían parcelas que recibieron
en el reparto agrario y un hermano de ellos, que había fallecido, dejó como
sucesor a mi padre. Así que tenían su tierra para trabajarla pero los peones
eran personas de campo que no tenían tierra y se ofrecían para trabajar por
sueldos miserables. ¿Qué tanto podían pagarles unos campesinos que sólo poseían
tres hectáreas de tierra y ningún apoyo ni maquinaria? Pues aún así, los peones
eran los más pobres entre los pobres.
Juan era un joven que trabajaba de peón con los que sí tenían parcela.
Era alto, o así me parecía porque yo era niña. Veía su espalda cuadrada y me
pareció un poco ancho aunque no tanto como para decir que fuera gordo. Su rostro
era moreno, tostado de más por el sol, adusto, con un dejo de tristeza en los
grandes ojos negros. Tenía hermosos ojos negros, pestañas largas y tupidas y
cejas pobladas. Su nariz era mediana y su boca regular en un rostro redondo. Lo
que más impactaba era su mirada melancólica. Usaba pantalón de dril y camisa
blanca desleída con las lavadas y un tanto percudida por el sudor de tanto
tiempo pero limpia y un sombrero de palma. Lo vi muchas veces y no me explicaba
porqué la tía abuela, que vivía ahí en una casa de tres cuartos de adobe entre
la huerta de higueras y duraznos, cuando lo veía venir decía: “Allá viene el
Malhechote” y emitía una risilla burlona. Le pregunté alguna vez porque le
decía así y ella me dijo: “¿Pues qué no lo ves? Está malhechote el pobre”
Era alto, o así me parecía porque yo era niña. Veía su espalda cuadrada y me
pareció un poco ancho aunque no tanto como para decir que fuera gordo. Su rostro
era moreno, tostado de más por el sol, adusto, con un dejo de tristeza en los
grandes ojos negros. Tenía hermosos ojos negros, pestañas largas y tupidas y
cejas pobladas. Su nariz era mediana y su boca regular en un rostro redondo. Lo
que más impactaba era su mirada melancólica. Usaba pantalón de dril y camisa
blanca desleída con las lavadas y un tanto percudida por el sudor de tanto
tiempo pero limpia y un sombrero de palma. Lo vi muchas veces y no me explicaba
porqué la tía abuela, que vivía ahí en una casa de tres cuartos de adobe entre
la huerta de higueras y duraznos, cuando lo veía venir decía: “Allá viene el
Malhechote” y emitía una risilla burlona. Le pregunté alguna vez porque le
decía así y ella me dijo: “¿Pues qué no lo ves? Está malhechote el pobre”
Creo que a mi tía, aunque era vieja, le gustaba el muchacho. Si no,
¿porqué se había tomado la molestia de mirarlo tanto? ¿Porqué no decía nada de
los demás, otros tres que a veces iban a trabajar de peones? Nada más Juan le
gustó para reírse de su aspecto que, como he dicho, no tenía mucho de
malhechote como ella se empeñaba en hacer creer. Pero mi tía abuela se cuidaba
muy bien de que no la oyeran ni sus hermanos ni mis padres. Eso del malhechote
pasó a ser un vocablo que solo los chiquillos le habíamos escuchado.
¿porqué se había tomado la molestia de mirarlo tanto? ¿Porqué no decía nada de
los demás, otros tres que a veces iban a trabajar de peones? Nada más Juan le
gustó para reírse de su aspecto que, como he dicho, no tenía mucho de
malhechote como ella se empeñaba en hacer creer. Pero mi tía abuela se cuidaba
muy bien de que no la oyeran ni sus hermanos ni mis padres. Eso del malhechote
pasó a ser un vocablo que solo los chiquillos le habíamos escuchado.
Y es que ella nunca se casó y eso que aún con la madurez de la edad se
veía bien. Era alta, delgada, blanca, de ojos color miel y pelo castaño claro
que le llegaba a la cintura pero que siempre traía trenzado y amarrado en un
chongo sobre la nuca. Algunas veces nos contó historias de algún pretendiente
que ya les contaré. Pero al referirse a Juan siempre lo hizo de manera
despectiva.
veía bien. Era alta, delgada, blanca, de ojos color miel y pelo castaño claro
que le llegaba a la cintura pero que siempre traía trenzado y amarrado en un
chongo sobre la nuca. Algunas veces nos contó historias de algún pretendiente
que ya les contaré. Pero al referirse a Juan siempre lo hizo de manera
despectiva.
Yo nunca oí hablar a Juan más allá de monosílabos cuando quienes lo
ocupaban le preguntaban algo. Me daba la impresión de había algo que lo
avergonzaba o tal vez es que era demasiado tímido. No sé. La pobreza también
entristece a la gente, digo yo. Lo cierto es que él nos veía con la cabeza
agachada y de reojo. Y mi tía Herlinda lo veía a él.
ocupaban le preguntaban algo. Me daba la impresión de había algo que lo
avergonzaba o tal vez es que era demasiado tímido. No sé. La pobreza también
entristece a la gente, digo yo. Lo cierto es que él nos veía con la cabeza
agachada y de reojo. Y mi tía Herlinda lo veía a él.
Lo recuerdo ese día alejándose junto con los demás hombres a trabajar en
el desazolve y porque es lo único triste de ese día cuando el sol brillaba
esplendoroso, la hortaliza relucía con sus tomates madurados en la mata y el
canto de los cenzontles amenizaba nuestro día de campo. Uno de esos días de mi
niñez, que bendigo en la memoria.
el desazolve y porque es lo único triste de ese día cuando el sol brillaba
esplendoroso, la hortaliza relucía con sus tomates madurados en la mata y el
canto de los cenzontles amenizaba nuestro día de campo. Uno de esos días de mi
niñez, que bendigo en la memoria.
GUEPAIT







