Pasó desapercibido por los «vaticanólogos» expertos e improvisados, pero
la carta del cardenal Norberto Rivera Carrera cayó muy mal  entre los
altos jerarcas de la Conferencia del Episcopado Mexicano, la máxima
autoridad de la Iglesia católica en nuestro país. Y es que realmente, el
también arzobispo Norberto Rivera, quien desde el papado de Benedicto
XVI, no ha visto una suya, al grado que ni siquiera lució como antaño
junto al Papa en su reciente visita a Guanajuato, ahora como buen grillo
quiere montarse, en su renuncia y engañar a la prensa que compra para
que digan que es «papable».
La postura de Norberto Rivera está siendo leída como una «rebeldía» al
interior del Episcopado Mexicano,  con el único fin de sorprender a la
clase política para que le vuelvan a dar a él y a su grupo, el trato
benévolo que mantuvieron durante el papado de Juan Pablo II, quien
lamentablemente los protegió, los fortaleció y fue omiso ante las
denuncias de encubrir diversas «cochinadas» de los curas de su iglesia.
Las acusaciones de «traiciones al Papa» y «la furia del mal»,  bien
podrían aplicar a su caso, porque  desde que llegó Ratzinger al obispado
del Vaticano, en México el impacto fue tan directo como que dos
prominentes clérigos del grupo de Norberto renunciaron para quedar en
calidad de «eméritos»: Juan Sandoval Íñiguez y Onésimo Cepeda, amigos
del poder político pero sobre todo, económico. Y es que, como bien
apuntan los memoriosos y especialistas en temas católicos, en los
expedientes de la otrora Santa Inquisición, hay bastantes datos sobre
sacerdotes que, como Marcial Maciel, fueron protegidos por el grupo de
Norberto Rivera.
Pero más allá de este punto, los curitas de la élite política y
empresarial, también conocidos como promotores de la teología de la
opulencia, están enojados. No han entregado buenas cuentas a sus jefes
del Vaticano; año con año pierden miles de fieles en manos de otras
religiones y cultos, dejando pueblos enteros bajo el manto protector de
paracristianos. En la última década han perdido 10 por ciento del
mercado religioso de México. Y se enojan porque no son capaces de
descubrir la fórmula que retenga esa tendencia que camina a pasos
acelerados por las fronteras sur y norte.
Los fieles ya no los buscan más para contarles sus pecados y penurias.
Su lugar, ha sido ocupado por los misioneros de otras asociaciones, por
comunicadores de programas del corazón, por psicólogos y psiquiatras y
sobre todo por los brujos, astrólogos y esotéricos que pululan en
programas de radio y televisión. No importa cuánto les cobren, los
nuevos protectores del alma les brindan soluciones y no salen regañados
por sus pecados mortales como suele suceder en los templos católicos.
Los curitas se molestan porque perdieron la exclusividad en el campo
político. Un evangélico gobernó Chiapas, un candidato dos veces ex
presidenciable es presbiteriano, la Luz del Mundo es perredista ¿o
noroñista?, los judíos cada vez más azules y existe un Partido Unidos
por México compuesto principalmente por dirigentes neoevangélicos. Por
si fuera poco, el otrora gobierno «de los nuevos cristeros», como lo
autodefinió Fox en uno de sus actos de campaña, les falló, no les
cumplió. Y con Calderón, ni duda cabe, les cumplieron menos. En el DF,
con Andrés Manuel recibieron buenas canonjías pero ya agotaron con
Ebrard y Mancera, que hasta la Plaza Mariana les han quitado.
Los curitas de la prosperidad están enojados porque en el Vaticano el
Espíritu Santo no se ve que se inclinen por su protector y promotor
Angelo Sodano.  Y como no se ve que pueda ser éste, ahora los curitas
mexicanos no saben cómo actuar ante la acusación, que ya tiene sus años,
de una red de supervivientes de casos de pederastia que presentó en Los
Angeles  contra el cardenal mexicano Norberto Rivera Carrera y el
arzobispo de Los Angeles, Roger Mahony, por el supuesto encubrimiento de
un sacerdote mexicano acusado de varios casos de abuso de menores. Hace
unos años, simplemente, respondieron, era una infamia de los medios y
los enemigos de la Iglesia.
Lo mismo dijeron cuando Juan Sandoval Íñiguez, el cardenal de
Guadalajara que apadrina al poderoso Grupo Zapopan, filial del Yunque,
el mismo que ha lucrado con el caso Posadas, fue a declarar a favor de
su amigo el ex director del FBI Henry Crawford, quien es juzgado en una
corte federal de El Paso por su amistad con el «zar de los casinos» José
María Guardia, señalado en México por  lavado de dinero. No le importó
al polémico cardenal quien, en su clásico tono regañón, refrendó su
amistad con estos dos oscuros personajes. Y ni qué decir, cuando en la
prensa a su servicio quiso presentarse como «amigo íntimo» de Ratzinger,
algo que nunca se probó y sí en cambio quedó en duda su lealtad al
Papa.
Los curitas mexicanos están enojados porque perdieron el dulce encanto
del silencio de los feligreses. Antes podían hablar de política sin que
nadie les dijera algo. Podían dirigir mensajes políticos a los católicos
en espera de que entendieran lo bueno de votar por el PRI o el PAN.
Ahora en sus templos están presentes los mexicanos revoltosos, los
inconformes, los que también saben hablar de política, lo que como
Cristo en su momento, exigen que el clero sirva a los de abajo y no a
los césares.
Muy pocos recuerdan, pero Onésimo Cepeda probó en su momento la rebeldía
de su diócesis. En esta ocasión, por primera vez se sienten amenazados y
han advertido que cerrarán la casa de Dios a los insurrectos y
blasfemos. Y pues ni las cerró, porque en realidad quien tuvo que irse
fue él.
Los curitas hacen como que las virgen les habla, pues saben bien que
esas protestas son el resultado de su activismo político a favor de un
candidato y de un partido (el PAN). Actuaron como políticos y reciben
respuestas como todo político… y por si fuera poco, político mexicano.
No hay vuelta de hoja. Los curitas saben bien que han tomado partido en
todos y cada uno de los conflictos que se han presentado. Han estado
presentes en la guerra sucia de las campañas presidenciales, en la
complicada de la crisis postelectoral, condenaron la toma de Paseo de la
Reforma, arremetieron contra la APPO, censuran los libros de texto
gratuito, se oponen a las políticas de salud oficiales, quieren revertir
la laicidad del Estado y convocaron a protestar contra la Ley de las
Sociedades de Convivencia. ¿Y aún así no quieren protestas de los
ciudadanos en los recintos donde ellos mismos actúan?
Los curitas son mexicanos libres y con derechos cuando opinan, cuando
pueden reunirse con amigos incómodos (como narcotraficantes de «buena
fe»), cuando defienden a personajes de poco prestigio, cuando exigen a
las autoridades algo que les molesta y cuando un político no les cae
bien. Pero eso sí, cuidado y les digamos algo o se les reclame, porque
se protegen en la sotana y el halo protector del Estado Vaticano.
Los tiempos han cambiado. La realidad del país es muy distinta a las
épocas de gloria de las relaciones de la clase política con los
prelados. Así como el mapa partidista cambió, también el religioso. Los
jerarcas católicos lo saben muy bien, pero no quieren cambiar. Por eso
las otras religiones les ganan el terreno aceleradamente. Por eso no
pueden seguir en el doble lenguaje, en su doble moral, en su doble
actitud ante los mexicanos que piensan distinto a ellos. Hace unos años
Onésimo Cepeda dijo que «en la iglesia católica no existía la
democracia»… y tenía razón.
Pero si quieren seguir actuando en política, bien valdría la pena que se
pusieran una cinta «curita» en su pensamiento antes de tomar partido en
este conflictivo siglo XXI mexicano, porque el siglo XXI mundial está
más acelerado que en México, y al menos en el Vaticano, el «Espíritu
Santo», no parece inclinarse por alguno de los «amigos» del grupo de
Norberto Rivera.
Alexia Barrios