I-3
Los botines rojos.
La primera vez que Pachita tuvo
conciencia de ella misma fue el día que su madre la llevó, a escondidas de su padre, a la feria del pueblo.
Días antes había visto cómo su madre vio cerca de la acequia un par de
botines rojos que algún chiquillo habría olvidado y los había metido entre la bolsa en la que llevaba la ropa que iba a lavar. A
Pachita le quedaban como si fueran de ella.
Era un domingo por la tarde
cuando su madre la bañó con esmero y gran cariño. Le acariciaba el pelo largo, que ya le llegaba a
la cintura, mientras se lo peinaba y le ponía unos listones a las dos coletas que le había hecho. También le puso un hermoso vestido de
organdí que tenía por adorno un pasa listón con un moño rosa al centro y le dio el par
de zapatos que había guardado el día que lavaba mientras Pachita jugaba en el agua.
Siempre que recuerda eso sonríe pero luego vuelve a sentir esa
sensación de incomodidad semejante a la
vergüenza o al miedo de ser descubierta
por la dueña de los botines. O por la mamá de la chamaca.
 Cuando Amelia le dijo:
—Ten, ponte estos zapatos.
Los que traes están rotos.
Pachita meneó la cabeza diciéndole que no.
—¿Porqué no?
—Porque me los van a
conocer. La dueña—dijo.
—No. Quién sabe quién los olvidaría en la acequia—dijo la madre.
—Pero tienen dueña—replicó Pachita.
—Claro. Ahora son tuyos. Tú eres la dueña— dijo Amelia.
—¡Que no son míos! ¡No me los compraron! — Dijo Pachita gritando y
llorando. .
Dos enormes lágrimas rodaban por sus
regordetas mejillas.
—¡Pues te los pones y ya! ¡ Y deja de llorar que te
verás fea! — Le dijo su madre con
impaciencia. Pachita obedeció pero se sentía muy mal.
Cuando se los hubo puesto su madre le anudó las agujetas, cargó al bebé de meses que tenía en la cama y la tomó de la mano. Salieron y
caminaron por los callejones de San Miguel de Acá. A Pachita se le hizo que era mucha distancia pero sonrió cuando, al dar vuelta en
una esquina, vio unas casas bonitas, con cercas de piedra laja y molduras de
cantera.
Pronto se olvidó de las casas para mirar,
por primera vez, asombrada, ¡una rueda de la fortuna
enorme que daba vueltas lentamente. Tenía unas barras luminosas
de colores en forma de estrella. No aguantó la emoción y aunque no sabía qué era le dijo a su madre:
—¿Mira, mamá! ¡Esa cosa grandota con
luces de colores!
—Sí. Es la rueda de la
fortuna pero no te subirás a ella porque eres
chiquita y te podrías caer. Pero a los
caballitos sí. Traemos para pagar una
vuelta— Le contestó su madre sonriendo—Pero primero buscaremos
un fotógrafo. Estás muy linda y quiero
tener una foto tuya.
—¿Qué es una foto, mamá? —preguntó Pachita que nunca se había retratado.
—Ah, ¿has visto la imagen
ovalada que hay en la sala? Era la abuela de tu papá. Eso es una foto.
Luego la subió por la escalinata de
piedra de una de esas casas de ricos y la paró a la orilla de la cerca mientras le gritaba a un señor con una cámara en la mano. El
hombre se acercó, le dijo que no se
moviera, tomó la foto, y le pidió la dirección a Mely. Después fueron en busca del
carrousel.
—Fue una noche inolvidable— dice Pachita mientras
sostiene en su mano temblorosa la antigua foto en blanco y negro y se limpia
con el dorso de la mano una lágrima— pero aún siento vergüenza al ver que traigo
puestos los botines rojos.
Estaba sola con sus recuerdos y sus ochenta años recién cumplidos, sentada en
la orilla de la cama.
GUEPAIT