El retrato más divulgado de Antoine d’Agata (Marsella, 1961)
es una imagen en la que su cuerpo y rostro aparecen recubiertos de polvo blanco
mientras el espectador percibe todo el desconcierto e inocencia del alma del
fotógrafo marsellés. La capa de blanco bien podría ser una barrera ante el
estupor que provoca en él la visión del dolor. Lo cierto es que cualquier
conversación con el reportero más marginal de la agencia Magnum —explorador de
los límites más fértiles de la narrativa visual— lleva a abordar la violencia
como una acción colectiva de la sociedad contra el individuo. Una dinámica que
D’Agata expone con imágenes que zarandean la conciencia del espectador después
de haberlo hecho con su estómago. Para D’Agata, las personas que fotografía son
“los anticuerpos de nuestra sociedad, que con sus estrategias de supervivencia
dan la mayor muestra de dignidad”.
La exposición que le dedica en París el centro de fotografía
documental Le Bal, comisariada por Fannie Escoulen y Bernard Marcadé; el
libro-catálogo Anticorps (Anticuerpos, editado por Xavier Barral), en el que
vuelve a colaborar el escritor español Rafael Garrido; y la película que está
montando sobre sus reportajes, prevista para su emisión en Arte después del
verano, justifican una nueva inmersión en este fotógrafo errante, cuya obra
viaja más mucho más allá del morbo que provocan sus experiencias personales con
las drogas, su etapa anarquista o su bajada a los antros de prostitución.
En la exposición de Le Bal, la primera planta alberga una
proyección sonora, desnudada de imágenes, de su próxima película, y el
visitante puede llevarse carteles impresos con sus fotos y con textos como
este: “La obscenidad está en el embrutecimiento psicológico de la masa sumisa
(…) y en la infinidad de tecnologías que perpetúan la disciplina de masas
fascinadas por el espectáculo de su sometimiento y la promesa de una felicidad
nueva”. La planta baja alberga un collage o amalgama de fotos de sus diferentes
trabajos, una alegoría del contraste que el autor establece entre el día
(documentalismo) y la noche (su versión más sórdida).
D’Agata se aferra a la palabra escrita para traducir lo que
ve y comunicarlo. “Utilizo la palabra como una estrategia para ver con más
claridad, e intento estar, en mis imágenes, a la altura de mis escritos”,
explica.
“Por primera vez, el reto de la exposición y el libro
consistía en confrontar el trabajo puramente documental, un poco frío [en la
exposición se incluyen escenarios de guerra y entornos urbanos desangelados]
con la faceta más íntima, el mundo de la noche. Son dos aspectos antagonistas,
un poco esquizofrénicos, que espero que den coherencia mi a trabajo”.
Fotografío a los anticuerpos de nuestra sociedad, que con
sus estrategias de supervivencia dan la mayor muestra de dignidad.
Antoine D’Agata
¿Por qué la palabra anticuerpos para el título? “Siempre he
visto el mundo como un espacio que compartimos a nivel político, social y sobre
todo económico, en el que muchas personas son marginalizadas y expuestas a una
violencia institucional, gélida, que anula su humanidad. Esas personas
abandonadas a su suerte no tienen otra opción que reinventarse, generar una
nueva identidad y existencia a través de su propia violencia”. Una defensa
física y espiritual ante la agresión, pues. “Solo les resta experimentar
sensaciones, ya sea con el sexo, los excesos, los narcóticos o la
delincuencia”.
Muchas de las mujeres retratadas son víctimas de la
explotación. “Soy consciente de ello, pero me atrae sobre todo el grado de
intensidad que permite yuxtaponer el amor al sufrimiento y la violencia. Su
estrategia es rebelarse. He visto morir a esas personas, una tras otra”.
El autor describe sus trabajos más documentales —en El
Salvador o en las revueltas de Brixton, en los años en los que vivió
literalmente en la calle— como una manera de asumir y compartir la violencia.
“Es una violencia invisible, que se da en los suburbios, en el trabajo… Nos
hemos habituado a ese cuerpo roto, encorvado, a la guerra…”. Y de su trabajo
nocturno dice: “lo que no vemos de la prostitución, la enfermedad o la droga…
El envés del decorado”.
La fotografía, afirma, es tomar partido. “Siempre la he
utilizado para reinventar mi propio destino y para afrontar mi deber como
ciudadano del mundo. Es el único lenguaje visual que obliga al autor a formar
parte de la realidad”.
Antoine d’Agata, personaje de una extrema sensibilidad, ha
elegido como coda a uno de los capítulos de su libro un fragmento de un poema
de Leopoldo María Panero (“lo leo en español”, comenta): “Yo que todo lo
prostituí, aún puedo / prostituir mi muerte y hacer / de mi cadáver el último
poema”.
 Fuente: El Pais