Tengo las manos congeladas, aún así abrazo fuertemente la bolsa de manta
que mi madre me ha hecho para llevar los cuadernos de la secun. Así le decimos
a la secundaria. Sólo hay una pública en Margaritas. Hay otra que es privada pero
ahí van los ricos, los que pueden pagar colegiaturas.
Son las seis y  treinta y cinco de
la mañana. Toda la noche nevó y los callejones sin pavimentar con sus
pronunciadas pendientes, oscurecidos por la sombra de las huertas de nogales
sin hojas, son imposibles de transitar. He llegado a un callejón con una
pendiente de 45° o así me lo parece. Arriba hay una acequia por donde pasa el
agua con la que riegan las huertas. Camino con dificultad porque mis pies,
calzados con unos zapatos rotos y sin calcetines, se hunden entre la nieve. Son
como veinte centímetros. Subo un poco más de la mitad y resbalo. No puedo
detenerme y ruedo hasta abajo. Los libros quedan desperdigados por donde voy
pasando. Cuando llego al final he perdido también un zapato.
 A cuatro patas intento ponerme de
pie, me arde el cuerpo, y casi no siento los pies. Me estoy congelando. Logro
ponerme de pie e inicio la difícil tarea 
de volver a subir pero ahora debo moverme de un lado a otro, en zigzag,
para ir recogiendo los cuadernos. No veo el zapato. Debe haber quedado en algún
hoyo entre la nieve. Sigo. Caigo, me levanto, avanzo un poco, recojo lo que voy
encontrando. Bolsa, cuadernos y libros están húmedos. No veo los lápices. Tengo
que encontrarlos. En casa las cosas no son fáciles. Surtimos la despensa con lo
que me dan de beca por ser la más aplicada de mi grado. Un poco de frijol,
harina de maíz, azúcar, manteca. No más. Tomamos tés de hierbas porque no
alcanza para el café. De ahí comemos todos y no queda para comprar útiles
escolares. Cuido mucho lo que tengo para que me dure lo más que se pueda. Sigo
recogiendo lo que hallo entre la nieve aplastada por mi cuerpo al caer. El
zapato no se ve. Ya no sé qué hora es. Tengo miedo faltar a la escuela porque
podrían quitarme la beca y mi padre me mataría a cinturonazos si la pierdo. Me
pega mucho, por cualquier cosa. Si pierdo la beca me mataría. Eso seguro.
¡Aquí está el zapato! … Se despegó más del lado del dedo gordo. Ya
estaba roto pero ahora me entrará la nieve. Mis lápices de colores se han
salido de la bolsita donde los guardo. Debo encontrarlos todos. Mis
calificaciones dependen también del cuidado con que hago mis trabajos. Siempre
estoy atenta a lo que a los maestros les gusta aunque no sirva para nada. Lo
bueno es que ya les hallé el modo y siempre salgo en el cuadro de honor. Me
queda claro que en esto trabajo y que mantengo a mis padres y mis cinco
hermanos menores. La parcela de mi padre ni produce nada aunque él todos los
días va a la labor. Así dice.
Casi he recogido todo, me falta el color café. Debo encontrarlo y siento
miedo porque no sé qué hora es y si lograré llegar antes de que el intendente
cierre la puerta con candado. No siento los pies. Me toco, ya va más arriba del
tobillo lo dormido. ¿Qué me va a pasar? Lloro. Sólo un poco. Debo buscar el
color que falta. Las manos también se están adormeciendo. Siento un raro picor.
Tengo sueño. El color café…
Me siento. No veo el color café. Debo buscar en otro lugar. Tal vez cayó
muy lejos de donde están las marcas de la caída. Otra vez intento ponerme de
pie. Camino y busco. No está. Otra vez he perdido pisada. Resbalo hasta abajo
pero esta vez no solté la bolsa de los útiles. Tampoco perdí el zapato. Algo
tibio escurre de mi nariz. Sangre. Las manchas rojas refulgen sobre la nieve.
Cada vez sube más lo adormecido. Cómo se me antoja un té caliente. Nadie pasa.
Estoy de espaldas sobre la nieve. No puedo moverme. No me duele nada. El color
café…
GUEPAIT